TIERNO VENENO

De algunos encuentros
en las montañas indígenas de Chiapas y Guerrrero

Nicolás Arraitz
Fotografías Licha Mayo

Esta crónica de un viaje a México bronco cuenta, a través de cartas enviadas a amig@s europe@s, una serie de encuentros con insurgentes zapatistas, comunidades indígenas, campesinos sin tierra ocupantes de latifundios... Entre cada carta se comentan aspectos sociales e históricos, tales como las antiguas religiones milenarias, las diferencias entre el EZLN y las demás guerrillas, la exigencia india de la autonomía, las asambleas y fiestas como cimientos de los pueblos...

 

Ejido Benito Juárez, 4 de febrero de 1995

Hace una semana volvimos a Liquidámbar, para hacer una visita de tres días a los villistas. Hans regresó de allí todo trastornado.
Una vez pasado Nueva Palestina, el paisaje cambia radicalmente. Todo es verde y, por debajo del bosque, en la vertiente de los cerros, aparecen los cafetales, que se extienden hasta donde se pierde la vista. Los montes son escarpados, el trabajo duro, sobre todo cuando hay que sacar los sacos hasta el camino, donde los camiones los recogen. Café de altura.
Subimos en un camión lleno de hombres que van a trabajar ahí arriba. El polvo nos blanquea de pies a cabeza, menos a los niños, que se refugiaron entre las piernas de los mayores.
Tras nosotros se alejan los enormes acantilados, oscuros y panzudos, que delimitan el territorio donde reinan los pistoleros del clan Orantes. Al acercarnos al rancho El Arroyón, uno de los jóvenes que viajan sentados en el techo de la cabina se baja de un salto y corre a prevenir a los guardias villistas. Con el pasamontañas recién enfundado, éstos nos saludan al pasar.
A continuación, dejamos a la izquierda la finca Monte Grande, de propietario turco y trabajadores guatemaltecos. Finalmente llegamos a Liquidámbar. Poblado inmerso en la inmensidad verde de los bosques y cafetales, Liquidámbar fue construido en el regazo de un antiguo circo glaciar que baja en abanico desde las primeras alturas de la Sierra Madre. Un verdadero pueblo?fábrica, cuya calle principal empedrada está bordeada por las casas de los obreros, la iglesia, la cárcel, la cocina colectiva, los talleres y, al final, el "beneficio de café", con sus seis secadoras (enormes cilindros rotativos), sus despulpadoras, calibradoras, y su laberinto de canales y albercas controlados por un sofisticado sistema de esclusas.
El primer contacto, como siempre, se hace con los niños. Beli, diminuto guerrero rubio, nos afirma que él sólo tiene un piojo en la cabeza. Asunción, vestida con ropa de los años 60 se parece a una de esas siluetas andróginas de los modelos del pop?art; ella tiene un grano de café en su pelo cortado a lo Louise Brooks. Filomena lleva un pañuelo rojo atado al tobillo. Toman por asalto el camión, escalan por todos lados y llaman a los demás niños que no tardan en aparecer. Una chiquilla grita: "¿ Jugamos? ¡Yo hago de hombre!", y tira su muñeca para trepar la valla de madera que rodea la parte trasera del camión.
La gordita que había asustado al chófer del colectivo el primer día nos recibe en su casa. Nos ofrece un gran vaso de limonada y se cerciora con algunas preguntas directas de que Hans no es pariente del rico... Algunos hombres, unos enmascarados, otros con el rostro descubierto, se sientan a charlar con nosotros. Cada uno a su manera intenta convencernos de que la suya es una causa justa. Nos describen el pasado y la historia de años de agravios, luchas y asesinatos.

Ya de noche, después del pollo en salsa picante cortesía de la gordita y su esposo, la organización nos invita a conversar con ella. En una casa de "caporal" -capataces encargados, en los tiempos del patrón, de vigilar equipos de cien trabajadores-, provista de cocina, dos cuartos y una ducha, ahora decorada con un gran mapamundi y dos máquinas de escribir, una decena de hombres encapuchados nos invitan a sentarnos en el sofá y nos preguntan qué queremos saber.
Durante buena parte de la noche nos cuentan la larga historia: los cafetales que devoran las tierras comunales, el trabajo forzoso, la esclavitud de las fichas metálicas y de la tienda de raya, la arrogancia del patrón, los comienzos de la resistencia, la represión. El primer representante de los comuneros, Aurelino Seas, fue asesinado por los sicarios del rico en 1940.
Durante décadas la gente de la región no consiguió levantar cabeza. El que destacaba en una reunión no tardaba en caer bajo las balas de los pistoleros. Pero la sumisión tampoco traía nada bueno. El dominio del alemán, por un lado, los ranchos y los préstamos usureros de los Orantes, por el otro, los condenaban a reaccionar tarde o temprano, aunque fuera con el gesto desesperado del que se ahoga.
En 1991, las comunidades de Salvador Urbina y Piedra Blanca ocupan las tierras que el clan Orantes Balbuena les habían arrebatado. Los matones de estos últimos intentan desalojarlos, pero resisten. Interviene entonces la fuerza pública: encarcela a los líderes. Un movimiento de solidaridad se organiza en las comunidades de los alrededores. Los tzotziles de Venustiano Carranza, organizados desde hace más de quince años en la OCEZ?Casa del Pueblo, les brindan su apoyo y toda su experiencia (ellos también están enfrentados a los Orantes y pagaron su audacia con unos veinte muertos; se les tacha de maoístas y guerrilleros). Una vez conseguida la liberación de los presos, las tierras se vuelven a ocupar.
Ese mismo año, los campesinos imponen al PRI un candidato a la presidencia municipal favorable a la solución del problema de la tierra. Una vez elegido, el candidato se deja comprar por el alemán. Un maestro de escuela, Roberto Paniagua, abandona las filas del PRI y organiza una sección del PRD que presenta la lucha agraria como su principal premisa. Los villistas reconocen la importancia de su labor que supo aunar los descontentos en todo el municipio. El hombre fue asesinado en septiembre del 94, poco después de la toma de Liquidámbar.
La sublevación zapatista creó una nueva realidad, otro balance de fuerzas, y permitió encaminar viejos sueños hasta entonces tenidos por inaccesibles. "Levantamos espíritu", nos dirá uno de los hombres enmascarados, cuyas patas de gallo y manos curtidas delatan un viejo campesino, a pesar de su mono verde olivo y sus botas militares.
"La toma de Liquidámbar fue el fermento de nuestra unidad, en toda la región se nos reconoció, y numerosas comunidades se juntaron con nosotros y ocuparon otras tierras. El poder de los caciques, de las guardias blancas y de la Seguridad Pública fue golpeado."
"Pero somos conscientes de nuestra fragilidad en caso de una represión más equipada. No estamos preparados como los zapatistas, ni militarmente ni políticamente".
"Aprendemos cada día muchas cosas, a sobrevivir, a pelear, a vivir juntos."
"Y es que somos el producto de siglos de explotación y violencia. Aquí, en esta finca, una forma de explotación semifeudal y una producción mecanizada de tipo capitalista moderno iban a la par. Esto nos determina".
Los más jóvenes de entre ellos demuestran una sólida preparación teórica, que contrasta con la modestia con la que hablan al compararse con los zapatistas.
"Somos conscientes de que nuestra liberación pasará por un cambio social mucho más amplio. Y lo conseguiremos uniéndonos a los pobres de la ciudad, creando un movimiento popular abierto. Para fundar una nueva realidad. El problema es que no nos sentimos preparados lo suficiente como para enfrentarnos a las discusiones internas de la CND o a los problemas de funcionamiento del gobierno de Amado. Preferimos gastar nuestras fuerzas en la defensa de la tierra recuperada y en la formación de los compañeros. De hecho, este trabajo da sus frutos: Chicharras y Sayula, ranchos pertenecientes a los Orantes, fueron ocupados hace poco. Berlín también, pero nos desalojaron con la ayuda de los judiciales. Quedan Buenos Aires, Los Alpes, también de los Orantes. Y Custepec, la finca más grande, que pertenece al alemán Martín Pölher."
Este último es un verdadero Rambo de campo, siempre rodeado por decenas de hombres armados. Igual que el propietario de Prusia, Fölker von Knopp, al que los helicópteros de la Seguridad Pública rescataron por los pelos de la resistencia villista en su intento de desalojarlos en noviembre pasado.
Laurenz Hulders, el niño de papá que heredó Liquidámbar tras la muerte de su suegro German Schimpf, en 1990, no es tan temerario. Prefiere esconderse detrás de la Unión Nacional de Productores de Café y su propaganda por el Estado de Derecho. Cultiva amistosas relaciones con los gobernadores, especialmente con el ultraautoritario Patrocinio González, que había llegado a secretario de Gobernación de Salinas cuando el levantamiento zapatista.
Todas las fincas de la región están comunicadas entre ellas por radio. Todas poseen una pista de aterrizaje.
El trabajo sucio, la sangre, corre a cargo de los Orantes. Laurenz se conforma con comprar presidentes municipales y tejer telarañas a base de préstamos y "servicios"...
El rancho El Arroyón pertenecía al socio del alemán, Ricardo Moisés Kuri, que hacía de intermediario y de negociador. Éste huyó el mismo día que su compadre. Y así "su finca pasó a nuestro control... o descontrol...", dice Pedro.
Salim Moisés, el turco propietario de la finca Monte Grande, se quedó. Negoció con la Unión Villista y, a cambio del mantenimiento de los caminos, le dejaron cosechar el café de este año. "Le prometimos no tocar esta cosecha, pero no prometimos nada respecto a la tierra".
"De todas formas, no hay brazos bastantes para trabajarlo todo. Sabemos que vamos a perder más de la mitad de la cosecha. Pero preferimos perderla antes que contratar a jornaleros. Por seguridad y por principio: no queremos volvernos explotadores. El alemán traía 2.000 guatemaltecos en época de cosecha. Les pagaba ocho pesos la caja, de los cuales restaba la comida, el precio del machete y todas las deudas contraídas en su almacén, la tienda de raya. Hoy, nos pagamos treinta pesos la caja, y la cocina comunitaria funciona hasta ahora con las reservas del patrón. El resto del dinero ganado lo guardamos para los gastos de funcionamiento y la temporada floja. La idea es organizarnos en cooperativa para aprovechar la infraestructura de la factoría, los camiones, los talleres de carpintería, de mecánica, etc. Pero también cabe la posibilidad de repartir la tierra. Se hará según el deseo de cada comunidad, según su grado de conciencia."
"En cuanto a la venta, hasta ahora no tuvimos problemas, aunque nos es imposible exportar como lo hacía el alemán. Esta nueva situación provocó reacciones inesperadas: por ejemplo, el boicot que intentaron organizar Laurenz y los Orantes fracasó. Los "coyotes" (compradores intermediarios) de Jaltenango nos compran el café a escondidas, porque por primera vez pueden sacar provecho de la producción de Liquidámbar que antes salía directamente hacia Hamburgo vía Veracruz. La mayoría de los comerciantes, aunque siguen siendo la base social del PRI, están encantados; ganamos tres veces más que antes, y ya no estamos obligados por las fichas metálicas a gastar nuestro salario en la tienda del patrón."
"Hay chavos de diez años que ganan noventa pesos al día y gastan mucho en los comercios: Nueva Palestina se está volviendo un pueblo bicicletero..."
"Esta experiencia no podrá ser destruida, a menos que nos maten. Pase lo que pase seguirá viviendo en la memoria de los más chiquitos."
"Los compañeros, las compañeras, que consideraban al alemán como un señor intocable, inaccesible, entraron en la casa grande, probaron sus vinos, fumaron sus puros, aprendieron a jugar al billar, y vieron sus vídeos pornos donde se le veía "coger" con su esposa y alguna que otra criada."
¿Y qué vinos eran? "Había burdeos, champán, oporto, brandy, pero a los compañeros no les gustó mucho. Dicen que no emborracha."
Cuando el suelo estuvo lleno de colillas y los ojos enrojecidos por el sueño y el humo, decidimos posponer la conversación hasta la mañana siguiente e instalamos improvisados catres en los dos cuartos. Insisten en dejarnos el colchón del patrón, que sacaron de la casa grande. Luego apagan la luz para poder quitarse los pasamontañas y acostarse a nuestro lado.
De madrugada, una máscara sonriente nos despierta. Cinco compañeros nos llevan a la cocina comunitaria, un ancho hangar con el techo recubierto de telarañas ennegrecidas por el humo. Ahí desayunan las familias que van a salir a los cafetales. Un grupo de mujeres y un hombre se afanan alrededor de un enorme comal, placa metálica calentada por una hoguera. Aquí, en los tiempos del patrón, se distribuían las raciones de frijol, una medida por familia, es decir, el contenido de una latita de aceite de motor PEMEX. Hoy, todos comen según lo que el estómago les pide.
Después de tomar café, nos hacen visitar los talleres, el laboratorio donde se estudiaban las enfermedades de la planta, las grandes superficies de hormigón pintado de negro donde se secan los granos del café, el garaje de los tractores y camiones (el alemán huyó de la finca con los mejores vehículos pocos días antes de la ocupación, por culpa de un chivatazo que denunció el plan). Tanto las oficinas como la fábrica están construidas al estilo alemán antiguo, con balcones y fachadas de madera. Detrás de las taquillas protegidas con rejas, el mobiliario hace pensar en un banco de principios de siglo. En el escritorio del contable, un papelito fijado con una chincheta dice: "Dinero en manos del pobre, pobre dinero".
Toda una biblioteca se halla desparramada sobre las mesas. Literatura alemana: La Vida Sencilla, La Batalla de Stalingrado, Flora y Fauna de la Fraylesca, Chiapas. El único libro en español encontrado por los compañeros fue Gobierno, de B. Traven.
En las paredes, dos reproducciones del retrato de Marilyn de Andy Warhol.
En la oficina del administrador, los archivos se encuentran amontonados encima de los sillones de cuero. Un busto de Bismarck lo domina todo; a su lado un certificado militar a nombre de German Schimpf, con una cruz gamada y el águila nazi encima. Más recientes, dos fotos de la familia Hulders en compañía de Patrocinio González, ex gobernador y ex ministro. En una de ellas este último acaricia la cabecita rubia del pequeño heredero, sonriente en los brazos de su madre.
Una vez pasada la barrera que impide simbólicamente el acceso, seguimos un seto de laureles hasta la entrada de la casa del patrón. Junto al portal, las últimas posesiones que necesitaban una vigilancia especial: el granero de frijoles, el garaje de las motos y el criadero de gansos para engordar. Estos gansos se salvaron del genocidio porque a los compañeros no les gusta el sabor de su carne. Encima de la reja del portal, una campana anunciaba en los tiempos del patrón el comienzo de la jornada laboral, a las tres de la mañana.
Hoy, el jardín está lleno de niños exploradores que recorren el césped y los rosales. La piscina está vacía. Las tumbonas desaparecieron. Nuestros guías enmascarados pasan detrás de la barra de caoba, barra que parece esperar en vano al camarero que preparará los cócteles para los señores y las señoras invitados, espectros de ricos en bañador vagando alrededor de la piscina. El viejo campesino vestido de caqui hace el tonto con los aparatos de musculación. Cuando se incorpora, sacudiéndose el polvo de las manos, se pone a contemplar una foto enmarcada en la pared, un modelo rubio y musculoso disfrazado de mecánico rebozado en grasa de motor.
"El cabrón del alemán... si quería parecerse a éste, tenía que haber venido a sudar con nosotros bajo los sacos de café". Luego, poniéndose serio: "Este hombre no ha trabajado en su vida, nunca hizo nada con sus propias manos. Toda su riqueza se la debe a nuestros muertos, a nosotros, a nuestros hijos".
La terraza rodea la casa y domina todo el valle. Más abajo se ve el rancho La Cruz, que pertenece a la hermana de la dueña. En agosto fue saqueado por los peones acasillados.
El suelo está sembrado con juguetes de niño, palos de golf, best-sellers americanos... Un yacuzzi, un tiro al plato, una bodega desierta donde permanecen las botellas vacías de los grandes caldos que tan poquita impresión causaron sobre nuestros amigos.
Jugamos un rato al billar, con escobas, ya que los verdaderos palos han disminuido sensiblemente de tamaño tras el aprendizaje de los compañeros. Yacen en el suelo, con la punta abierta como flores marchitas. La paciencia se agota rápidamente, y las bolas empiezan a volar, arrojadas con una rabia que aún no han logrado apaciguar, hacia las cestas de cuero trenzado. A nuestro alrededor, apoyados en los marcos de las ventanas y agitando palos de golf, Filomena y su pandilla nos animan con sus gritos.
Mickey, uno de los encapuchados, nos describe la alegría del primer día, el asalto?jolgorio, los abrazos, las lágrimas de los viejecitos. Casi pide disculpas, explicando que era imposible contener tales arrebatos afectivos. Algunos, los que llegaron tarde o los que, por seguridad, no conocían la meta exacta de la expedición, no podían dar crédito a lo que veían sus ojos: "¿De veras? ¿El rancho es nuestro?", preguntaban incrédulos.
"Entonces escalarán las nubes, escalarán las montañas, será el tiempo de las revueltas y los motines (...), cuando el tronco de la ceiba sea sellado de nuevo", había profetizado Chilam Balam.

En la mesa baja del salón hay una tarjeta de visita del director general de una compañía de importación de café, Eurocafé S.A., Le Havre, Francia; garabateado encima, estas palabras: "Muchas películas... Thanks for these beautiful holidays. Hope we´ll be able to go on with the golf lessons".
Los sofás son de piel ligera. El conjunto de los muebles es feísimo pero lujoso. La disposición de las habitaciones, el estilo arquitectónico denotan la universal falta de imaginación de los burgueses del mundo entero. Es la misma frialdad, el mismo vacío higiénico y maniático que el de los decorados de los seriales americanos.
Bajando de nuevo hacia las oficinas descubrimos a medio camino la casa del administrador. Dos sillones de madera cuidadosamente recogidos sobre el balcón hacen pensar en un corredor de presidio, y es fácil imaginar dos guardias armados con los pies apoyados en la barandilla, vigilando la labor de los obreros que separan los granos de café en largos surcos ayudados por rastrillos sin dientes.
El pueblo?empresa está perfectamente jerarquizado, prueba de que ha sido un cerebro prusiano el que ha concebido todo este pequeño mundo. Arriba del todo, la casa del amo. Luego, justo encima de las oficinas, la casa del administrador y la del mayordomo (el que supervisaba los trabajos en el campo). El "beneficio" (fábrica). El almacén, inmensa ferretería abarrotada de todo tipo de herramientas, desde fumigadores hasta tuercas diminutas, pasando por los barriles de aceite de motor. Un cuarto oscuro donde se alinean con la punta hacia abajo decenas y decenas de machetes oxidados detrás de una reja con candado. El local de los cinco grupos electrógenos. Los talleres y el laboratorio. En la calle principal, la cocina, hoy verdaderamente comunitaria, y las dos celdas, cuyas rejas dan al jardín de la iglesia rodeada de cipreses. A partir de ahí se ven las casas de los rancheros, los trabajadores fijos: un único cuarto, una terracita que da a la calle y un techo de tejas que evoca las casas obreras de las regiones mineras europeas. Y abajo del todo, a la entrada de esta aldea piramidal, las galleras de los jornaleros. Es imposible entrar en ellas sin que se te pongan los pelos de punta: son largos barracones de tablones mal unidos, hoy desiertos y llenos de basura. Unas precarias literas de madera ocupan todo el espacio, a excepción de estrechos pasillos y del rincón reservado al brasero que hacía de cocina. Al menos cien personas, hombres, mujeres y niños, dormían y vivían aquí, amontonados unos encima de otros, durante los cuatro o cinco meses que duraba la cosecha. La mayoría de las pintadas muestran que eran guatemaltecos y que ya habían conocido guerra y miseria. Por lo visto, el salario de toda una temporada, descontadas las deudas contraídas en la tienda de raya, apenas alcanzaba para recuperar los mil dólares pagados al "coyote" que los había ayudado a cruzar la frontera ilegalmente para entregarlos al patrón. Una vez conseguidos estos 1.000 dólares, les quedaba encaminarse hacia la frontera norte y soltar a veces la misma cantidad de dinero para poder entrar en Estados Unidos.
Algunos no llegaban nunca al final del viaje. La prueba está en las cruces de madera que descubrimos perdidas en medio de los cafetales, anónimas y carcomidas por la humedad. En las oficinas, los compañeros dieron con una cantidad impresionante de carnets de identidad de esos ilegales, que el patrón guardaba en un cajón cerrado con llave, a modo de presión disciplinaria, para asegurarse de que no desertarían antes del final de la temporada. ¿Cuántos carnets corresponderán a los muertos de los cafetales, desaparecidos para siempre, sin que ni siquiera sus familias sepan qué ha sido de ellos? "Las cruces, las poníamos nosotros, para que estos pobrecitos no sirvieran sólo de mero abono para el café del patrón", nos cuenta uno de los campesinos enmascarados.
La manera en que están dispuestas estas galleras responde también a una preocupación por la jerarquización. Las que se construyeron en la entrada de la calle principal, que están cerca del mercadillo cubierto (que funcionaba el domingo) y de la tiendona del patrón, estaban destinadas a los habituales, las familias de confianza. Los recién llegados, los revoltosos y los borrachos tenían que amontonarse más lejos, en medio de los cafetales, a merced de los minúsculos mosquitos del café, transmisores de las peores enfermedades, como la leishmania, también llamada lepra tropical.
Después de este nauseabundo espectáculo, y de oír las historias aún frescas que cuenta la gente de Nueva Palestina, uno siente una pícara alegría al verles disponer libremente de las reservas del patrón, invitarnos a comidas y cenas de tres platos, regresar del campo sudorosos pero radiantes de satisfacción, bromear en voz alta con los que apuntan en las mismas fichas que utilizaba el administrador para llevar la cuenta de las cajas recolectadas por cada uno. Todavía no es un "a cada uno según sus necesidades", y el dinero sigue vigente, pero la euforia compartida, el gusto de los comuneros cuando hablan de su rancho, su sobria determinación cuando dicen que quizás van a morir pero nunca más serán esclavos, todo ello demuestra que se trata, aquí como en muchos rincones de Chiapas, de una verdadera revolución, la social.

Sentados en las butacas del despacho presidido por Bismarck, bajo la oscura mirada de una vieja caja fuerte, mantuvimos las charlas más sabrosas. Estos encapuchados, que insisten casi demasiado en afirmar que sólo tienen palos y machetes para defenderse, nos cuentan que en agosto, cuando invadieron la finca, el administrador y algunos capataces fueron canjeados por miembros de la Unión encarcelados en la prisión de Cerrohueco. El día de la transacción faltaba un prisionero. Entonces, el procurador encargado de las negociaciones fue a su vez secuestrado, hasta obtener la liberación del último compañero.
En agosto también, algunas comunidades de la Unión echaron a patadas a los funcionarios del Instituto Federal Electoral y sus urnas. ¿Seguir votando para dar crédito a una burla que desde hace decenios mantiene al PRI en el poder por el fraude, cuando pocos días antes la gente había solucionado sus propios asuntos ocupando las tierras del alemán? ¡Ni locos!
Sobre el majestuoso escritorio de Laurenz, examinamos los archivos. Lo que estaba escrito en alemán se le daba a Hans. Lo demás, a pesar de inevitables bostezos, nos permitió descubrir algunos secretos. Por ejemplo, en 1974, cuando la gente de Nueva Palestina entregó otra demanda de tierras más a la Secretaría de Reforma Agraria (pozo sin fondo poblado de burócratas de probada venalidad), una lista nominal completa de los demandantes y de los responsables comunitarios fue comunicada a German Schimpf. Se puede fácilmente imaginar cómo pudo utilizarla, sabiendo que este buen hombre se hizo famoso en los años 30?40 por su violenta represión de un intento de sindicalización de sus trabajadores... Pocas semanas después, llegaba por correo un certificado de "inalienabilidad agraria", sellado en 1937 por la administración del general Lázaro Cárdenas, que anulaba toda posibilidad de reparto de este latifundio, cuidadosamente disfrazado de medianas propiedades oficialmente independientes entre sí.
Venía este certificado acompañado de la lista de los predios, su superficie y los nombres y apellidos de sus dueños: el patriarca Schimpf, su hijo German, su esposa Gertrud, algún que otro apellido alemán y un par de "prestanombres" mexicanos.
Al oscurecer la tarde, a la luz de una vela que hace aún más despectiva la mueca de Bismarck, la conversación toma un ritmo más tranquilo, más íntimo. Sentado en el sillón articulado del patrón, nuestro viejo amigo vestido de caqui nos habla con emoción de lo que significaba para él este momento en su vida. Como Tacho y Moisés, todo lo que cuenta lo apoya con ejemplos concretos de su experiencia. Es él quien habla de "levantar espíritu"...
La inteligencia aquí se comunica y crece. La gente habla y escucha, platican; la gente recuerda y hace proyectos. Existe una sabiduría popular que evoca el genio de los artesanos autodidactas de la Comuna de París, o de los jornaleros ácratas de la Andalucía decimonónica. Es más taciturna, claro, más india.
La melancolía reaparece con la noche, y con ella la imaginación y la memoria de varias generaciones. "El campesino es triste por naturaleza, porque es esclavo de la tierra. De noche, cuando se acuesta entre su mujer y sus chamacos, mira la luna que pasa y a menudo le entran ganas de llorar".
"Mi abuelito participó en la revolución de 1910. Un día, fue el único superviviente de una masacre perpetrada por las tropas de Carranza. Se salvó escondiéndose bajo los cadáveres, protegido por la sangre de sus hermanos. Una vez entrada la noche, huyó al monte y agotado se refugió en las ramas de un árbol. Apareció entonces un león, que empezó a dar vueltas alrededor del árbol esperando que mi abuelito se caiga. Poco antes de que amanezca, éste se despertó con los rugidos y el ruido de una lucha. Ya de día, se atrevió a bajar y descubrió el cadáver del león. A poca distancia, en medio de los matorrales pisoteados, yacía un gorila agonizante".
En la tradición oral de por aquí hay incluso un lugar para África... ¿Insensatos? Para mí que estos pobres olvidados de la mano de Dios están mil veces más preparados que nosotros para ser libres. Si tan sólo se les dejara en paz... El esclavo domesticado de Occidente (que poco tiene que ver con el gorila o el león) está enganchado desde chiquinino a las amargas ventajas de la Seguridad Social y del crédito. Dejamos que se sacrifique toda independencia, toda solidaridad verdadera. Mucho tenemos que reaprender...

"Desgrasiaíto aquél que come
el pan en manita ajena,
siempre mirando a la cara
si la ponen mala o buena."

Saludos a todos,
Nicolás