¡No estás muerto, Rosalío!
1997
“Yo sé que muchos dirán que peco de atrevimiento,
si largo mi pensamiento pal rumbo que ya elegí,
pero siempre he sido así: galopeador contra el viento.
La sangre tiene razones que hacen engordar las venas,
Pena sobre pena y pena sin que uno pegue el grito,
La arena es un puñadito, pero
¡HAY MONTAÑAS DE ARENA!”
Estas imágenes, estas palabras, son el fruto de dos dilatados viajes por las montañas indígenas del Sur de México.
Aquí sobran las especialidades. Ni etnología, ni periodismo, ni exotismo turístico, ni sentimiento lastimero frente a una miseria supuestamente ajena o lejana. Estas fotografías son encuentros. Cada una de ellas es la prueba de una vivencia en común, aunque a veces fugitiva, entre las personas que están frente a la cámara y la que está detrás. Aquí la cámara procuró dejar de ser una barrera y volvió a ser juguete e instrumento para comunicar sentimientos inmediatos. La prueba está en una de las fotos presentadas aquí y cuya autoría escapó de las manos de Elo: son los niños. Quienes después de negarse a ser retratados por una adulta forastera se apoderaron de la cámara y… dispararon.
Más que informativa, esta exposición se quiere comunicativa, en el sentido más directo de la palabra. Confiamos en el carácter vivencial de estas fotografías para que el que mira se aventure en la búsqueda de sentimientos comunes, a pesar de la distancia, a pesar de las diferencias culturales.
Nuestra ambición es, al fin y al cabo, contribuir aunque sólo sea un poquito, a la difusión de esta pequeña e innegable verdad: para los indígenas de América, se piensa mucho mejor con el corazón.