Prima petra

2017

Vídeo / 3 vídeos sincronizados 8’ 20”.  Colaboración con Rogelio López Cuenca

Obra producida para el proyecto Arniches y Domínguez. La Arquitectura y la Vida. Museo ICO, Madrid
Comisarios: Pablo Rabasco y Martín Domínguez Ruz

Cultura y Simulacro

Si el señor no construye la casa
en vano se cansan los albañiles

Salmos, 127:1

El faraón abandona su palacio con su estandarte y sus portadores reales en dirección a la obra en construcción, donde será saludado por el sacerdote representante de la divinidad a quien se va a dedicar el templo. Allí se procederá al estiramiento de la cuerda, la comprobación de las alineaciones astronómicas del edificio, lo que normalmente había sido previamente pactado. Después de esto, se desbroza el terreno y se cava la primera zanja para los cimientos. El sacerdote moldea el primer ladrillo, que lleva inscrito el nombre del faraón. Este lo enterrará en arena: es la señal que autoriza el comienzo de la construcción.

El carácter religioso de los fastos de la dinastía ptolemaica en torno a la colocación de la piedra fundacional de un templo pervivirá en Roma, aunque se trate de una construcción civil o una obra de ingeniería. Los sacerdotes tienen que dar el visto bueno y se harán ofrendas a los dioses durante la ceremonia, que habitualmente incluirá la colocación  de un monolito con la fecha y el nombre de la máxima autoridad. Durante siglos, las diferentes Iglesias capitalizarán el ritual, cediendo progresivamente el protagonismo ante la secularización de la sociedad a favor de los representantes del poder político y económico. También la alineación de los astros ha dejado de ser la referencia para la elección de la fecha idónea, que con frecuencia se adapta a las exigencias del calendario electoral: las inauguraciones y la colocación de piedras fundacionales son un componente sustancial de la propaganda política.

Faraónico es un término que se suele asociar a lo desmesurado de una inversión movida por la vanidad del gobernante. Ese ejercicio propio del tirano –que lo mismo corona de laureles que condena al exilio si no le gusta un gesto– también describe la pulsión del prócer, el mecenas o, en nuestros días, más comúnmente del representante político movido por la aspiración a ver su nombre asociado a la obra de un arquitecto o artista.

Por lo común las placas lo recuerdan –siendo alcalde, o ministra, o presidente, rectora o concejal–, así como las fotos oficiales del evento dejan indeleble constancia de la pompa que requirió la circunstancia: los trajes impecables, los zapatos brillantes, los tacones, los rolex, las pulseras, los gemelos de oro en la bocamanga… y las palas y los palustres nuevos, impolutos, lo mismo que los recién comprados cascos de seguridad.

A la memoria acuden, inevitables, los versos de Beltord Brecht:

¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas?
En los libros aparecen los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió siempre a construir?
¿En qué casas de la dorada Lima vivían los constructores?
¿A dónde fueron los albañiles la noche
en que fue terminada la Muralla China? …